Hay tres millones que se mueven de un lado a otro y se quedan con el agua y pasturas. No encuentran solución.
Para entender estos hechos hay que mirar entre otras cosas lo ocurrido este año en la Estancia Angelina, confines de Santa Cruz. Una manada de 16.000 guanacos estaba devorando las pasturas, alterando severamente el paisaje y generando una aridez insalvable sobre suelos que ya de por sí tienden a ser desérticos. Se obtuvieron permisos para cazar y faenar 3.000 animales. Se logró resistir a la presión de ambientalistas que se oponen al control poblacional. Se desplazaron camiones de frigoríficos para que el sub producto de esa operatoria pudiera ser trasladado, faenado y vendido. Fue un fracaso: solo pudieron capturar 370 especímenes y un productor envió un mensaje resignado por WhatsApp: “Imposible frenar esto, con esto solos no podemos”.
La dimensión austral es fascinante por su vacío. Casi nada se ve nunca, más que pastos frágiles y una sequedad notable que a veces se reúne con el cielo. Sobre todo en Chubut y Santa Cruz. Es allí donde se pueden pasar horas sin cruzar a nadie y seguir camino en un hastío sostenido pero al mismo tiempo confortable. Pero un habitante cada vez más persistente, que para los viajeros turísticos puede parecer simpático, está rompiendo con esa milagrosa chatura, arruinando acaso tanta riqueza solapada. Los guanacos se están convirtiendo en amos y señores de la Patagonia
y esto podría resultar curioso, pero es, sobre todo, un problema.
Algo peor, dice el biólogo John Stewart Blake, más conocido como “Chacho” en el mundo rural: “Los guanacos se están devorando la Patagonia”.
Hay 3 millones de especímenes
que corren y cambian de sitio de modo permanente, buscando ese escaso recurso llamado agua y compitiendo con las ovejas por el forraje, que nunca es suficiente. Se mueven de un lado a otro. Son tantos que el puma, su principal predador, no puede colaborar naturalmente con la regulación de esa superpoblación desmesurada. “Se están comiendo la Patagonia”, insiste, sin metáforas, el hombre conocedor de amaneceres y atardeceres en el estepa sureña y rival del ambientalismo y los grupos que se oponen al maltrato animal.
En diciembre de 1833, en su diario de viaje por el canal Beagle, Charles Darwin escribió sobre los guanacos del Sur: “Es el cuadrúpedo característico de las llanuras de la Patagonia. Representa en América meridional al camello de Oriente. En estado natural, con su largo cuello y sus delgadas patas, es un animal elegante. Es muy común en todos los lugares templados del continente y se extiende hacia el sur hasta las islas inmediatas al Cabo de Hornos. Vive por lo general en pequeños rebaños formados por un número de individuos que oscila entre la media docena y la treintena; aunque a orillas del Santa Cruz hemos visto uno que debía componerse por lo menos de quinientos”.
Casi 200 años después, Patricia Bullrich, casi sin quererlo, dio con una imagen más adecuada: “Hay una plaga real de guanacos en la Patagonia, más de dos millones y medio, que están generando una depreciación del suelo, lo que hace que la Argentina haya perdido ovejas”, dijo la ministra de seguridad. Hace menos de un año, las Federaciones Patagónicas de productores emitieron un comunicado para visibilizar la acuciante problemática. “Venimos insistiendo a las autoridades nacionales y provinciales sobre la necesidad de una política que no vaya en contra de la fauna, sino que busque la sustentabilidad de la producción y su mantenimiento”, expresaron.
Las entidades del Sur aclaran que, si bien las especies exóticas son una preocupación, el problema mayor para la Patagonia radica en “la superpoblación de especies autóctonas -como el guanaco- cuya proliferación está llevando al borde de la inviabilidad la producción ovina”. Datos oficiales: la Patagonia abarca el 25% del territorio argentino. Posee el 55% del stock ovino del país, el cual ha caído en un 32% en los últimos 20 años. Pasó de casi 10 millones de ovejas a menos de 7 millones”, señalaron las Federaciones.
Blake, patagónico de pura cepa, ensaya un análisis con conocimiento biológico, pero sobre todo desde su experiencia de campo y el sentido común: “Un eje nada más. El por defecto es que una población crece de forma exponencial hasta que encuentra un límite. Ese por defecto han sido históricamente los inviernos bravos. Ya no los hay debido al cambio climático. A eso hay que sumar a que ya no se caza por parte de pueblos originarios, como se dice, no hay chulengueada, y por lo tanto el único límite que queda es el pasto. La Patagonia es árida, es ventosa, cuando el pasto se va la tierra se va. Va a ocurrir una desertificación a boca de guanaco. No hace falta ciencia para comprobarlo”, afirma.
Sigue el experto: “No es una batalla de oveja contra el guanaco. Esa es una mirada de citadinos que odian a los productores y nos han llevado a la nada. Hay un ecocidio cometido por guanacos pero la historia esta tergiversada por fundamentalistas del ambiente”.
La pregunta es ¿Cuál es la solución? “Desde el punto de vista ecológico es bajar los números. Y eso es lo que asusta. Interrumpir el ciclo reproductivo es muy difícil y la única que queda es sacarlos. Eso es difícil. No se va a obtener permiso social para sacar individuales adultos. Lo que ocurrió en la Estancia la Angelina es ilustrativo. El frigorífico estaba listo para la faena. Mandó muchachos con motocicletas para la captura. Se comieron un frío tremendo y apenas consiguieron 370 de los 3000 que tenían autorizados. Quiero que alguien me diga cómo resolver esto porque yo no veo la solución”, cierra, inquietante.
Fuente: Gonzalo Sanchez - Clarin.com