Sacrificio, pasión y riesgos
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- Categoría: Interés general
- Publicado: Jueves, 07 Noviembre 2024 12:27
El desconocido mundo de los jockeys y las millonarias inversiones de la industria del turfEl desconocido mundo de los jockeys y las millonarias inversiones de la industria del turf.
La gatera del Hipódromo de San Isidro entra en ebullición. El cielo está despejado y en la primera carrera del día los jockeys compiten con potrancas que nunca ganaron. En la meta de los 1400 metros de césped que tienen por delante espera un premio de $4,29 millones para el vencedor. Algunas se prepararon en los studs y la pista de entrenamiento del predio, otras llegaron al certamen directamente desde el campo rural. Muchas de las yeguas son debutantes y su inexperiencia en el turf marca el ritmo de la salida.
“Un minuto, estamos listos”, se escucha en el handy de Gonzalo, starter y árbitro de la competencia.
“¡Correcto, terminado señores!”, vocifera el starter. “Vamos con el 1. No se amontonen. Vamos con el 2”, continúa enumerando mientras se van completando las 14 plazas de la gatera. Una decena de palafreneros con chalecos y cascos de seguridad asisten a los jinetes para que ingresen al buzón asignado. Parecen brigadistas. Se exponen al riesgo de un patadón bestial.
Un jockey desmonta. Su yegua cosquillea frenéticamente y amenaza con patear. Una manta de peso en el lomo la tranquiliza al instante. Un jinete de chaquetilla rosa recibe un golpe por el corcoveo constante de su caballo. El palafrenero, que corre a su lado, aferra el cabestrillo y detiene el movimiento del animal. Después los arría hacia el box número 10, el último en cerrarse, y se apresura en abandonar la gatera, un mínimo error de coordinación entre los actores que intervienen en la largada puede derivar en un accidente.
Se abren las puertas y ninguna yegua se resiste a la largada. Pese a ser nuevas en la competencia, disparan. La multiplicidad de colores de las escuderías de los jockeys contrasta con la arboleda del predio y el césped de la pista ovalada. En velocidad, los jinetes aprietan sus botas para aferrarse con sus 57 kilos a la media tonelada de músculo de los equinos. Se amontonan, primero, y luego buscan escurrirse entre los espacios para sacar ventaja en la aceleración. Son 400, 800, más de 1000 metros. El tiempo domina todo y define el resultado en la última recta.
El premio “Atractiva Girl” fue solo la primera de las 15 carreras que se corrieron en el Hipódromo de San Isidro el 18 de octubre. Con un tiempo de 1 minuto y 20 segundos, la victoria se la llevaron el corredor Brian Rodrigo Enrique y la potranca Doña Enigma. La actividad en el circuito del turf es incesante, se compite todos los días, sea en Palermo, San Isidro, La Plata o el interior de la Argentina. Lo mismo sucede con el entrenamiento de los jockeys y la preparación de los caballos.
La rutina obliga a los jockeys a pasar su vida dentro del circuito. Perder es más común que ganar y un selecto grupo de corredores alcanza el éxito. El esfuerzo por controlar su peso supone, en casos extremos, correr en estado de deshidratación. Las lesiones en la actividad son una constante, y se convive con el riesgo. ¿Qué los impulsa a montar? Prestigio y pasión repiten como mantra los protagonistas.
La industria del turf genera un reducido márgen de rentabilidad para los propietarios de caballerizas por los costos de la actividad y la baja convocatoria en las gradas. Es un “hobbie caro” para los inversores que tienen que desembolsar miles de dólares en la compra de un ejemplar y su manutención.
Detrás de la historia de cada caballo que entra a un hipódromo hay en promedio diez personas que trabajan: toda una maquinaria de recursos que no frena y que cobra mayor dimensión ante el dato de que en el país hay 420.943 ejemplares de Sangre Pura de Carrera (SPC), de acuerdo registra el Stud Book Argentino. La actividad alimenta a entrenadores, criadores, veterinarios, peones, entre otros actores indispensables en el circuito para que el jockey y el caballo lleguen a la gatera en el día y la hora señalada. Se trata de un mundo desconocido para la mayoría, puesto en primer plano por la película argentina El Jockey, de Luis Ortega, propuesta por el país para competir en los Oscar.
El jockey multicampeón Rodrigo Blanco arranca galopando en la pista de entrenamiento del Hipódromo de San Isidro a las 6.30. El “Loco”, como lo apodan en el turf por su temperamento, hace un año que no compite. A las 9, se prepara para monitorear el trabajo de un galopador con Winning Wind, una yegua de pelaje zaino, castaño oscuro, ganadora de tres carreras en Palermo y La Plata. “El 98% de los jockeys venimos de familias muy humildes del interior y no terminamos la escuela. Conocí el turf por mi tío, que era jockey, y a los 17 años me vine de Córdoba para instalarme en Palermo”, dice Blanco, de 42, mientras observa con sus brazos cruzados sobre la valla a Winning Wind, que arranca con un trote suave en la cuarta de las cinco pistas de entrenamiento. “Es un laburo que si lo hacés por plata lo abandonás, tenés que tener la pasión. Me arrepiento de no haber terminado la secundaria. Cuando dejás de ser jockey, las posibilidades se limitan en general a seguir como peón o entrenador, opciones en las que no te pagan bien. Es una vida sacrificada y me costó mucho empezar a ganar carreras”, cuenta Blanco. Cada jinete arranca como aprendiz y para convertirse en profesional tiene que ganar 120 carreras. “Cuando ya sos profesional te cuesta seguir el ritmo. De 40 que empiezan solo a uno le va bien, al distinto. El mismo día que gané mi carrera número 120 me fueron a buscar para ir a correr a Suecia. Tenía 19 años, en pleno 2001, el país era un desastre y fue una oportunidad de oro”, recuerda Blanco. Después de lograr buenas temporadas en el exterior -también compitió en Alemania y en Dubai-, volvió al país para seguir con la actividad. “El sueño de todo jockey es correr un Carlos Pellegrini y a mi me tocó ganarlo con solo 22 años. Era la primera vez que lo corría, me sentía todavía inexperto y toqué el cielo con las manos. Fue una definición en los últimos 400 metros cabeza a cabeza y gané por medio pescuezo. A los buenos jockeys los hacen los buenos caballos y a mi me tocó Fire Wall, un caballo extraordinario que me enseñó a correr. Fue lo mejor que me pasó en el turf”, afirma.