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Luces y sombras de un acuerdo secreto.

En medio de la pandemia, avanza en silencio un proyecto chino para producir alimento en la Argentina. Porqué se opone el ambientalismo. Y la foto del presidente que cambió la reglas del juego.

Se ve al presidente Alberto Fernández, junto a la actriz Liz Solari y al presidente de la Unión Vegana Argentina, posando con una urna que dice No al acuerdo porcino con China. Se lo ve sonriendo.

Esa sonrisa, como un “efecto mariposa”, causa un terremoto político -que se intenta tapar hasta hoy- del otro lado del mundo. Tiemblan los cuatro funcionarios argentinos que desde Beijing manejan los acuerdos comerciales con el gigante asiático.

En el país de la carne, esa foto -que se conoció a mediados de diciembre, tras nueve meses de crisis económica por la cuarentena del coronavirus- muestra la reunión explícita entre el ambientalismo más visceral, que es el veganismo, y el presidente, en la que se habló en contra de un acuerdo que, desde esa sonrisa, se mantiene al filo del secreto hasta para los productores porcinos locales.

El proyecto es ampliamente cuestionado por todas las organizaciones socioambientales y, según confirmaron desde el Gobierno a Clarín, al día de hoy, China aún no lo firmó. Pero está latente, con sectores enfrentados que esperan definiciones contundentes.

Del silencio asiático se desprenden varias interpretaciones: el veganismo lo toma como una “victoria”, producto de la polémica por esa foto, porque se habrían desalentado las inversiones “en un país con un presidente Go Vegan”; o como una señal de alerta, “por si están negociando por izquierda, para evitar protestas”. Desde el sector porcino, genera reclamos de información oficial, mientras muchos se preparan “para ser atractivos a las inversiones”. Y el Gobierno, en tanto, atribuye a la pandemia la demora de esa firma.

Lo concreto es que el “acuerdo porcino con China” -como decía la urna de esa foto- fue una propuesta de ese país para producir cerdos en el nuestro, y que Argentina reconvirtió en una contrapropuesta. La reversión del acuerdo fue enviado al Gobierno chino en junio pasado.

A nueve meses de ese envío, no hay anuncios. No hay acuerdo. No hay foto. Pero el tema flota: nadie lo quiere dar por acabado. Y el activismo está tan inquieto como los productores de cerdos locales. Unos por el NO, otros por el SI.

Un cuento chino
Sabino Vaca Narvaja, el embajador argentino ante China, que asumió en febrero pero es más conocido por ser hijo de un alto cuadro de Montoneros y tío del nieto de Cristina Kirchner, sólo habló dos veces del acuerdo. Las dos veces dijo lo mismo.

A comienzos de este mes, repitió que Argentina tiene mucho potencial en la exportación de cerdos “porque exportaríamos más carne por la demanda insatisfecha en China”. Reiteró que “se está trabajando en granjas porcinas” y que los ministerios de Relaciones Exteriores, Agricultura, Producción y Medio Ambiente están armando “un plan federal para promover el sector”. Y que busca llevar esta iniciativa a las provincias.

El activismo y los productores reclaman esos detalles.

“Nuestro país cuenta con cuestiones muy interesantes (frente a otros países) como el precio del maíz, Y el cerdo se alimenta en un 70% de maíz; como la tierra; como la tecnificación argentina; como los estándares sanitarios. Y la región nuestra no tiene la fiebre porcina africana”, agregó el diplomático.

Nunca hizo alusión a la contaminación con agrotóxicos señalada en la producción de maíz. Ni a la cantidad de agua necesaria para abastecer la producción porcina. Ni al modo de producción chino como origen de eventuales pandemias. No habló de ninguno de estos puntos, que son los que estaban escritos en la urna en la que Alberto Fernández posó sus brazos, y su sonrisa, para la foto. Adentro de esa caja había 580.000 firmas en contra de todo lo anterior.

Un horizonte de carne blanca
China sigue siendo el país de mayor producción y consumo de carne de cerdo del mundo. Se estima que la proporción de su consumo representa el 55% frente al resto de las carnes. Para finales de 2020, el inventario de cerdos vivos de China llegó a 406,5 millones, recuperando 92,1 % del nivel de 2017. Las reservas de cerdas para crianza ascendieron a 41,61 millones, el doble del nivel de finales de 2019, dijo la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (CNDR) de ese país.

En estas tierras comemos muy poco cerdo y, aún así, el Reporte Anual 2020 muestra que crece el consumo. La producción porcina aumentó, en primer lugar, por una mejora de la eficiencia (el 5.8% respecto al año anterior) que se obtiene de cada cerda madre: pasó de 21.1 capones por madre al año, a 22,3 capones. También hubo un aumento del 9,4% en el peso de los cerdos: de los 2.329 kilos por madre al año, se pasó a 2.549.

Pero en pandemia bajó la cantidad de madres totales -son menos de 6.000-, sobre todo en los pequeños productores, que pierden cada vez mayor participación.

Y hay un punto más fácil para entender la cuestión porcina de exportación: mientras la carne bovina tiene mucho impacto en precios internos y un ciclo de producción largo, la carne porcina le interesa al Gobierno por su ciclo de producción corto, de seis meses, y porque la capacidad productiva, dicen, se puede ampliar “con velocidad”. Buscan un salto en la escala del valor agregado: que se exporten alimentos en lugar de vender granos para que en otro lado se alimente al cerdo.

Ese es el horizonte de esta carne blanca: exportar menos granos y más matambrito de cerdo. Y, sí, la Argentina tiene maíz barato, que es el principal alimento de los cerdos.

Otro punto fácil para entender este acuerdo es que China ya está en el campo argentino. Desde 2018, subió varios escalones en la venta de carne bovina a ese mercado. Hoy Argentina es su segundo proveedor mundial, después de Brasil. ¿Cómo pasó? En China se produjo la epidemia de la fiebre porcina africana, que obligó a sacrificar el 40% de su stock de cerdos, la carne que más consumen. Entonces, mantienen un déficit del 40% en producción de proteína cárnica. Para reemplazarlo, “importan de todo”, como dijo Vaca Narvaja. Por eso es que hay buenas perspectivas de exportación en muchos rubros de la ganadería argentina.

La grieta porcina: megagranjas vs. granjas inteligentes
El embajador argentino ante China sí hizo mención a que no se construirían megagranjas. Ese es un foco crucial del acuerdo porcino y, aunque parezca imposible, puso al veganismo y a los productores locales de cerdos “casi” en el mismo lado de la carne.

“Hay sectores que buscan otro tipo de vinculación con los alimentos, por el tema orgánico. Pero acá estamos hablando de desarrollo. Esto es un tema que tenemos que trabajar y ser serios con el control sanitario. No son megagranjas de 100 mil madres, como hay en Estados Unidos. Son 10 mil madres, que es una granja grande, pero no es una megagranja”, justificó el diplomático. Ese es un planteo diferente al de las organizaciones de pequeños productores y cooperativas.

“Que Vaca Narvaja diga que no son megagranjas, que es lo que quieren instalar no tiene sustento y suena a falso”, dice a Clarín Manuel Alfredo Martí. Es el presidente de la Unión Vegana Argentina (UVA).

¿Por qué suena a falso? “No es posible creer semejante afirmación cuando el mismo Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación fue quien publicó y nunca desmintió que el proyecto porcino con China se refiere a la instalación de 25 megagranjas porcinas de 12.000 madres cada una”, marca.

En un documento oficial que circuló en el sector porcino local y al que accedió Clarín, se describe que cada una requiere 1.500.000 de litros de agua por día, que es igual a unos 37.500.000 de litros de agua diario. Si se hace el cálculo, son 13.687.500.000 de litros de agua por año para abastecer las 25 eventuales megagranjas del acuerdo. “Y hay 7.000.000 de argentinos que no tienen acceso al agua, esto es realmente inaceptable”, agrega Martí.

Otro cálculo es la cantidad de cerdos para garantizar la producción: 300.000 madres, en 2.500 hectáreas, a razón de, al menos, 100 hectáreas por granja, con capacidad de siembra de 12.000 hectáreas con maíz y 5.000 con soja cada una, lo que es igual a 300.000 de maíz y 125.000 de soja.

“Esto va a implicar deforestaciones y el uso de millones de litros de agrotóxicos. Todo para sostener la demanda de alimentación de los animales”, explica el activista. No hay información oficial sobre qué es “una granja grande”, pero “no una megagranja”, como dijo el embajador argentino en China.

Liz Solari se alejó de la polémica por la foto con el presidente. Por pedido expreso de Clarin, aceptó enviar un video con su punto de vista sobre la cuestión. Pero Martí recuerda un punto clave de aquella reunión entre la activista y Fernández. Y de esa foto.

“Cuando hablamos del acuerdo porcino, él (por Alberto Fernández) dijo que ese acuerdo estaba en la órbita de las provincias y que la Nación ‘no va a promover ni permitir modelos industriales de producción de ganado porcino que puedan poner en riesgo la salud pública’. Eso fue muy inteligente porque ya no se hizo cargo como Nación sino que dividió la cuestión a una decisión eventual que tomarían las jurisdicciones, es decir, cada provincia. Complejizó todo”, apunta.

Desde el sector porcino dicen a Clarín que “no hay nada oficial” y que lo que se supo “fue una locura”. Juan Luis Uccelli, ingeniero zootecnista y consultor del sector, logró imponer la idea de granjas inteligentes, en contra de las megagranjas. “Pero no creo que avance nada hasta que no haya un acuerdo entre presidentes”, dice a Clarín.

“Convencimos a los políticos y a los chinos de que, de haber un acuerdo, cumplan con todos los requisitos. No sólo por el medioambiente-social, sino por un tema de sanidad porcina y eficiencia del negocio”. Uccelli se refiere a que Argentina tiene uno de los niveles de densidad porcina más bajos del mundo: dos cerdos por kilómetro cuadrado. “Y con el acuerdo, con estos requisitos, llegaríamos a cuatro”. China tiene 44 y Brasil 34.

¿Por qué se oponen a las megagranjas?
“En el mundo ya no se arman megagranjas, salvo en China. Ponen 85.000 madres en un predio de 400 hectáreas y con siete pisos de alto, tipo monoblock. Eso es una locura. Y creo que las megagranjas son una bomba de tiempo. Se dejaron de armar por los problemas de manejo de efluentes y los temas sanitarios que aparecían en los cerdos, enfermedades exclusivas de los cerdos, por las dudas, -el experto lo dice por el activismo que habla de pandemias por comer animales- que generaban problemas de producción y caída de la rentabilidad del negocio. Por eso pensamos en granjas inteligentes”.

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Fuente: Emilia Vexler - Clarin.com

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