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Interés general

Mensaje de los carpinchos de Nordelta

 Cuando se trata de fijar normas para preservar y mejorar el mundo en que vivimos, se debe actuar con mucha humildad.

Hace un año y unos pocos meses, cuando el Covid-19 todavía era una novedad, hubo una serie de textos en los que se anunciaban los cambios que el virus iba a provocar en nuestras vidas.

Se anticipaba, según el autor y el caso, el crecimiento o la reducción del rol del estado; el ocaso del capitalismo o su resurgimiento; el despertar del espíritu solidario o la exacerbación del egoísmo, o alguna otra de las muchas oposiciones que vemos a nuestro alrededor y que, en general, son más difíciles de resolver de lo que nos gustaría.

Y era casi inevitable que, en esas disquisiciones, se colaran algunas vinculadas a la naturaleza y a los modos en que nos vinculamos con ella.

Así, de pronto, nos vimos sumergidos en una serie de discusiones acerca del papel que les había tocado a los murciélagos, a los pangolines o a alguna otra de las especies que se pueden encontrar en los mercados mojados de Wuhan, y para el caso, de los territorios en que vive cerca de la cuarta parte de la población mundial. Y, a escala local, las más diversas hipótesis acerca del peligro que podían representar nuestros perros y gatos.

Un poco después, pero ahora ya con un sentido distinto, empezamos a recibir noticias acerca de los efectos beneficiosos que provocaba nuestro encierro. De pronto, las ciudades eran visitadas por pumas, cabras, monos, osos elefantes, renos y medusas, que parecían empeñados en recordarnos eso de que no hay espacios vacíos, y que, si nosotros nos retirábamos, ahí estaban ellos, dispuestos a remplazarnos.

Parecía quedar demostrado que, si la mayor parte de nosotros nos quedábamos en casa, no solo evitábamos los contagios (¿?) sino que, además, generábamos un ambiente casi paradisíaco en el que los animales y nosotros podíamos convivir armoniosamente.

Pero, al cabo de un tiempo, volvimos a salir a la calle, y aquellas imágenes que sugerían que, al menos en términos ambientales, el virus y la cuarentena habían provocado algún efecto beneficioso, empezaron a diluirse.

Mientras esperamos las segundas dosis, la inmunidad colectiva, la variante delta, el invierno siguiente y la postpandemia, se nos hace saber que la crisis ambiental sigue siendo tan grave como en el 2019, que el río Paraná está en su nivel más bajo en un siglo, que el futuro de Vaca Muerta es un poco menos luminoso que antes, que los barbijos usados constituyen una nueva fuente de contaminación y por si todo eso no bastara, que los carpinchos de Nordelta están fuera de control.

Podría pensarse que esta proliferación de noticias vinculadas con el medio ambiente es una circunstancia pasajera; pero existen indicios que sugieren que no es así, y que las preocupaciones derivadas del estado de la naturaleza nos van a acompañar durante un buen tiempo.

Y si eso ocurre, quizás sea prudente que nos empecemos a familiarizar con algunas reglas que, en principio, no se ajustan a los criterios a los que estamos acostumbrados.

La primera es que los procesos naturales son indiferentes frente a nuestras intenciones. Los buenos deseos y, sobre todo, los buenos discursos no pueden modificarlos, y si de verdad queremos reducir las emisiones netas de gases de carbono o contribuir al mantenimiento de las áreas y poblaciones silvestres, tendremos que hacer cambios concretos.

Para algunos, eso pueda significar, cosas tales como separar los residuos, cambiar el auto por un modelo híbrido, elegir los productos en función de la huella de carbono que se genera en su producción o aceptar que su jardín sea atravesado por un sendero para carpinchos. Pero hay otros que se verán forzados a hacer sacrificios mucho más dramáticos que, a veces, implican renunciar a recursos esenciales o a los medios y modos de vida que conocen.

Una segunda regla que deberíamos tener presente es que, al menos en términos prácticos, los procesos naturales no tienen principio ni fin.

La mayor parte de los problemas que identificamos hoy están generados por una secuencia de procesos que se ha iniciado hace mucho tiempo, y las acciones que tomemos o dejemos de tomar tendrán consecuencias que, en muchos casos, no serán fáciles de evaluar en los horizontes temporales a los que estamos acostumbrados.

Se suele decir que una política de Estado debería sostenerse por diez, veinte o treinta años; pero si el objetivo es generar algún efecto ambiental de cierta relevancia, es posible que esos plazos constituyan, apenas, un período de pruebas preliminares.

La tercera, y tal vez la más importante de las reglas, es la incertidumbre. La historia está llena de ejemplos en los que las consecuencias ambientales de nuestros actos han sido completamente distintas de las que se preveían. Y mal que nos pese, y a pesar de todo lo que se supone que hemos aprendido en el curso del tiempo, es probable que eso siga ocurriendo.

Los procesos naturales de cierta escala involucran factores múltiples y complejos, y al menos hasta ahora, los modelos predictivos no han sido particularmente exitosos.

Seguramente hay otras reglas más; pero estas tres podrían alcanzar para recordarnos que, cuando se trata de fijar normas para preservar y mejorar el mundo en que vivimos, se debe actuar con mucha humildad.

Porque, cuando se trata de resolver problemas que nos conciernen a todos, lo más probable es que nadie tenga toda la razón; nadie tenga toda la culpa, y nadie pueda asegurar honestamente que sabe cuáles serán las consecuencias de uno u otro camino. Tal vez no sea mucho; pero ya se dijo otras veces, por algún lugar hay que empezar.

Fuente: Alejandro Winograd - Clarin.com

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Curiosidades

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Todavía la percepción que el ciudadano medio tiene sobre la Edad Media es la de que fueron tiempos oscuros, con multitud de calamidades, poblaciones analfabetas y un retroceso sustancial en cuanto a los avances médicos que la Antigüedad había aportado. Todo ello no son más que apriorismos que colocan en un puesto de inferioridad a los tiempos medievales respecto a otros momentos de la Historia. Sin embargo, un análisis detallado nos revela que en el Medievo surgieron muchos de los logros de la Medicina que todavía hoy están vigentes. Aquí están los 10 principales avances médicos de la Edad Media.

1. Hospitales
En el siglo IV de nuestra era el concepto de hospital, es decir, un lugar donde los pacientes podrían ser tratados por los médicos con equipamiento especializado, estaba en su embrión en algunos lugares del Imperio Romano.

Más tarde, en Occidente, los monasterios fueron los centros donde surgieron los primeros hospitales para dar servicio a los viajeros, transeúntes y pobres. Mientras, en Oriente, en el mundo árabe, los hospitales surgieron en el siglo VIII.

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El Dr. Carlos Lanusse ha recibido importante reconocimiento por su trayectoria en la farmacología veterinaria

[ Click aquí o sobre la imagen para ampliar la nota enviada al Dr. Carlos Lanusse | PDF ]


Compartimos la respuesta enviada por el Dr. Carlso Lanusse:


Estimado Leonardo

Muchas gracias por su conceptuosa nota. Es un gran orgullo ser el 1er científico latinoamericano en recibir esta prestigiosa distinción que otorga la Academia Americana de Farmacología y Toxicología Veterinaria, particularmente cuando toda mi carrera se hizo desde Argentina y trabajando en la conjunción entre la Universidad Pública y el CONICET.  Me alegra que este tipo de premios de visibilidad internacional ayuden a jerarquizar nuestra profesión Veterinaria, junto a tantas otras acciones que muestran día a día la valoración que la sociedad le da a nuestras incumbencias profesionales.