Ituzaingo, Corrientes.- El 20 de febrero el viento conspiraba y sembraba terror de que en los pastizales ya arrasados por las llamas se reavivara el fuego. En la reserva natural Don Luis, en el corazón de los Esteros del Iberá, la situación era desesperante. Se habían quemado 1200 de las 1600 hectáreas que tiene ese predio. En Corrientes había ardido el 12 por ciento de su territorio. En un charco de barro espeso, que hacía de refugio de ese fenómeno que tenía ínfulas de apocalíptico, convivían en armónica desesperación carpinchos, yacarés, aves y serpientes.
Hoy, ese lugar, al que LA NACION volvió tres meses después, parece otro. Volvió a teñirse de un verde intenso, el agua corre por el arroyo que estaba seco, y los animales ya no están apiñados en ese charco que les sirvió para sobrevivir. Nadie hizo nada. Sólo fue la propia naturaleza. Las lluvias apagaron los incendios y revivieron ese humedal sin ayuda de nadie. Ese lugar golpeado por el fuego, en medio de una sequía histórica que llevaba dos años a causa de los efectos del cambio climático, mostró la resiliencia de la naturaleza, capaz de trocar el infierno por el paraíso. En los Esteros del Iberá el fuego arrasó con el 60 por ciento de la superficie del parque nacional, que es de 158.000 hectáreas, pero no consiguió destruir por completo ese hábitat. Y las intensas lluvias de marzo no sólo lograron revertir ese proceso, sino revertirlo. Ahora preocupa en zonas cercanas a los esteros, como Paso de la Patria e Ituzaingó, el exceso de agua. De la sequía a la inundación en un solo paso.
En la reserva Don Luis un árbol raquítico de guayaba, que crece al lado de uno de los senderos, muestra el contraste y la resistencia. El tronco, que es fino y pequeño, de no más de un metro y medio de altura, está ennegrecido. Parece pintado con un hollín oscuro. De sus ramas más finas y nuevas, que quedaron sin hojas por el fuego, aparecen retoños de un verde intenso y rabioso. Esa diminuta postal se multiplica en el resto de los Esteros del Iberá, donde las precipitaciones de marzo consiguieron apagar definitivamente el fuego y el agua empezó a moldear ese lugar que hoy empieza a mostrar la fisonomía que tenía antes de la tragedia de los incendios. Volvieron los animales, como yacarés, carpinchos, monos, ciervos de los pantanos, que se habían refugiado ante el peligro en zonas más seguras, y miles de especies de aves, que volvieron a atraer a los turistas extranjeros, que llegan para observar y fotografiar especies, como el yetapá de collar, que es buscado por los avistadores.
Picadura de yarará Alejandra Boloqui, la coordinadora de Fundación Cambyretá para la Naturaleza (Fucana) y de la reserva Don Luis, admite que a veces cuando mira alrededor no logra entender lo que pasó. El fuego los había acorralado. Las llamas estaban a metros de la casa donde vive con su pareja Cipriano Oporto, con quien improvisó cortafuegos. En esos días entraron en un clima de desesperación. A Oporto lo picó una yarará y le tuvieron que aplicar cinco sueros antiofídicos ante el poder del veneno que tenía la serpiente, que también se defendió mientras huía de las llamas. La reserva está unos 40 kilómetros dentro del portal Cambyretá, uno de los accesos a los Esteros del Iberá, ubicado sobre la ruta 12, el camino que une la capital correntina con Ituzaingó. “Por suerte, en marzo las lluvias fueron intensas. Cayeron más de 200 milímetros en una semana. Con esas precipitaciones se terminaron de apagar los focos que quedaban ocultos en los pastizales y todo empezó a renacer a una velocidad increíble”, señala Boloqui. La coordinadora de la fundación Cambyretá para la Naturaleza advierte que en febrero, en el pico de la crisis, el temor a que murieran una gran cantidad de animales atrapados en las llamas era palpable. “Nos dimos cuenta que los animales tienen un instinto de protección más grande de lo que creemos y la mayoría logró alejarse. El impacto en la fauna fue menor al pronosticado en un principio”, asegura. La semana que viene un equipo de biólogos del Conicet empezarán a realizar un estudio en los Esteros para medir el impacto de los incendios en la fauna autóctona. “Temíamos por los guacamayos rojos, que están en peligro de extinción. Pero vemos que ahora reaparecieron en los montes nativos”, destaca. “Los incendios parecían apocalípticos y uno llegó a pensar que todo se terminó, pero la naturaleza es tan increíble que se regenera a una velocidad arrolladora”, explica la mujer y muestra un árbol de curupí que tiene el tronco íntegramente quemado. Por arriba comienzan a verse unos diminutos brotes verdes. “Hace tres meses parecía que moría y ahora muestra que tiene vida”, comenta Boloqui.
Reforestar con árboles nativos Marisi López, coordinadora del proyecto Iberá de Rewilding Argentina, admite que nunca vio, ni vivió, lo que ocurrió a principios de año con los incendios. “El fuego caminó sobre los esteros”, grafica. “Fueron los incendios más grandes de la historia de la zona y el impacto fue tan severo porque desde hacía dos años había una sequía muy intensa, a la que se sumaron altas temperaturas –varios días de más de 40 grados- y viento del norte. Esto provocó un desastre de tal magnitud que afectó al 23 por ciento del parque nacional”, apunta. El problema más grande en la zona del Iberá fue que el fuego afectó zonas de forestación nativa, que sirven de refugio natural y de supervivencia para los animales. Los incendios destruyeron bosques de timbó, lapachos y curupí, que son claves en este ambiente. En el sector denominado Yerbalito, el impacto de las llamas fue muy severo. “La idea es reforestar con árboles emergentes, es decir, que tienen una altura de dos metros, para empujar a la flora nativa a que se recomponga. Creemos que de esta manera va a ser más rápido el fortalecimiento de los árboles, que van a ayudar al resto de la flora”, explica López. Las lluvias que cayeron después de los incendios ayudaron a que crezcan los pastizales en las zonas más bajas, que son las primeras que recuperan su humedad. El problema a mediano plazo es que estas zonas de bosques nativos son más altas y va a llevar más tiempo que vuelvan a su estado natural previo a los incendios.
El impacto en los animales nativos del Iberá fue bravo, aunque, como detalla Marisi, menor a los pronósticos iniciales. Los siete yaguaretés que Rewilding reinsertó en este último tiempo lograron refugiarse y pasar el momento crítico, según el monitoreo que el programa realiza sobre los animales de manera permanente. Esa especie está extinta desde hace 70 años en la zona y los yaguaretés pasaron una prueba intensa para sobrevivir por las suyas. Los animales que más padecieron los incendios fueron los más abundantes en esa zona, como los yacarés, carpinchos y mulitas. “Creemos que por sus ciclos naturales estas especies se van a recuperar de forma más rápida. El temor más grande era con aquellas especies en peligro de extinción, como los osos hormigueros, los guacamayos rojos y los pecaríes, entre otros. Pero tras los relevamientos que se hicieron creemos que el impacto fue menor al que se había pronosticado en un principio”, reconoce López. La coordinadora del proyecto Iberá de Rewilding se esperanza con que este trágico episodio sirva para replantear ciertas prácticas tradicionales, como la generación intencional de incendios en áreas productivas. “La crisis que provoca el cambio climático y las consecuencias que genera deben llevarnos a utilizar estas prácticas de incendios controlados de manera responsable y con cuidados intensos”.
El fuego como un arma El fuego se usa en esta región como un método de control “natural”. Se quema en el invierno para que en primavera crezcan pastos nuevos y más tiernos para el ganado. Pero en diciembre y enero, cuando comenzaron los incendios devastadores, esas quemas no fueron premeditadas, sino la consecuencia de una sequía histórica. Los bañados y lagunas que abundan en esta provincia estaban secos y en vez de actuar como cortafuegos naturales, la materia orgánica seca provocó el efecto contrario, al transformarse en un combustible de alto poder. En los Esteros del Iberá la naturaleza no puso resistencia a las llamas, sino que ayudó a que el fuego se expandiera desde mediados de enero pasado con una ira descomunal. Pero allí jugaron también un rol clave los bosques de pinos y de eucalipto que desde hace dos décadas se transformaron en una de las producciones clave en esta provincia. Cada pino absorbe unos 300 litros de agua por día, algo que parecía positivo para una zona donde los problemas siempre fueron las inundaciones. Con el fuego, ese tipo de producción forestal agudizó la crisis. La semana pasada la justicia correntina condenó al primer imputado por desatar incendios intencionales. Tras un juicio abreviado, fue sentenciado a seis meses de prisión en suspenso un peón rural que fue hallado culpable por iniciar una quema en la ciudad de Mercedes. El fiscal de Investigación Rural y Ambiental Gerardo Cabral señaló que “si bien es un incendio intencional, no existió el dolo. No hubo intenciones de causar, sino que por su negligencia, se descontroló el fuego y provocó daños mayores”.