- Detalles
-
Categoría: Interés general
-
Publicado: Viernes, 10 Noviembre 2023 17:09
Florencia Pergañeda (48) dice que “es tanto el amor que te dan” los hurones que sin dudas volvería a tener uno en su hogar. Sin embargo, es también por amor que no lo hará. Al menos, no en estas condiciones: importados con solo meses de vida, después de un conjunto de procedimientos que define como “crueles” y con problemas de salud que los vuelven muy delicados.
Los hurones llegaron a la Argentina en los noventa y se volvieron –al menos hasta hace unos años– el tercer animal de compañía en la Argentina, solo después de perros y gatos. Son simpáticos, juegan a buscar la pelotita o cazar con una caña de pescar, igual que un gato, pero también salen a pasear con correa por la calle, como un perro.
La picardía los caracteriza en miles de videos virales en TikTok. También lograron fascinar a personalidades como Oriana Sabatini y su mamá Catherine Fullop (que tuvieron a Coco), a Facundo Arana (Staks) y a Candelaria Tinelli (Ranji).
Otro rasgo que a esta especie que pesa entre 0,7 y 2,3 kilos es la fama bien ganada de ser “muy ladrones”. A Florencia y a su hijo les sigue escondiendo las medias a zapatos en lugares impensados, como el interior del sommier.
“Ella es un cohete. Los hurones duermen entre 18 y 20 horas por día, pero cuando están despiertos son una máquina de hacer macanas y, sobre todas las cosas, necesitan jugar. Lorenza va, viene, salta. Le tiro una pelota y me la trae, hago como que aparezco y desaparezco con un almohadón, le puse unos túneles para que corra y también unos peloteros”, cuenta Florencia.
En Estados Unidos y Europa, los hurones siguen manteniéndose como la mascota más popular de todas, dentro de lo que se conoce como animales domésticos no tradicionales. En criollo, todo animal doméstico que no sea el perro y el gato.
En Buenos Aires, la realidad es bien diferente. Dejaron de importarse con la llegada de la pandemia y los que quedan ya son en su mayoría adultos que se acercan a la expectativa de vida promedio de 7 años –pueden vivir hasta los 9.
Como Lorenza, la hurona de Florencia, los ejemplares más jóvenes llegaron al país en 2019, por lo que ya tienen unos cuatro años. Y la tendencia, por razones ambientales y de protección ambiental, parece indicar que serán los últimos, a excepción del mercado negro o de adopciones no responsables.
“Lorenza es de la última camada”, explica Florencia. La hurona nació en diciembre de 2018, fue importada por una veterinaria especializada a principios de 2019 y encontró su hogar en Flores, en marzo de 2019.
Fue casi una cosa del destino. “Con mi papá siempre mirábamos videos de hurones, nos hacían reír mucho. Al tiempo que murió, se fue también Homero, el perro de la familia. Y mi nene estaba super triste, así que pensé en adoptar un perrito. Y justo ahí, conocemos a una persona que nos habla de los hurones. Y la verdad es que fuimos a ver cómo eran para pensarlo y terminamos trayéndonos a Lorenza a casa”, relata.
¿Qué pasa en la Argentina?
Hoy, los hurones están permitidos. “(La adopción) es legal siempre que estén debidamente comprados a criaderos”, aclararon a Clarín desde la Agencia de Protección Ambiental. En ese sentido, es importante aclarar que se refieren a la raza doméstica de hurones, que es la mustela putorius. Los hurones silvestres, cuyo nombre científico es galictis cuya, son los que se encuentran en el campo.
“El hurón silvestre es un animal que no se debe tener en cautiverio. El que estaba antiguamente en los campos y lo encerraban en un galpón para cazar ratones, cosa que no se usa más”, detalla a Clarín Fernando Pedrosa, presidente del distrito 1 del Colegio de Veterinarios de la provincia de Buenos Aires y especialista en animales “no tradicionales”.
Y contrasta: “Los hurones domésticos son animales que vienen de criadero, sobre todo de Estados Unidos, de un criadero que se llama Marshal, y que fueron importados hasta la pandemia. Ahora no entran más, a excepción de gente que se vino desde Europa o Estados Unidos y los han traído, o de argentinos que viajan a esos países para poder traerlos”.
El problema hoy es “político”, asegura Matías Wullich, de Centro Pet, una veterinaria que desde 1999 se especializó en animales pequeños de compañía, como jerbos, canarios o hamsters, entre otros. Con los hurones, comenzaron hace 15 años y eran el principal importador en la Argentina, hasta 2020.
“El hurón estuvo muy de moda acá. Es un animal doméstico hace más de 5.000 años, de la época de los egipcios, que es carnívoro, un bichito que corre, salta, es muy expresivo, inquieto, muy nocturno y no hay persona que lo haya tenido que no los ame. Son muy divertidos y ladrones, porque cuando algo les llama la atención lo cazan y se lo llevan. Muchas veces son medias, porque les gusta el olor de los pies”, describe el hombre.
Sin embargo, cuando se regularizaron los vuelos, según Wullich, el Ministerio de Ambiente de la Nación no autorizó su comercio. “Hoy en día, yo tengo la autorización para importarlos pero no para venderlos. Dicen que es porque los consideran animales silvestres, lo que habla de mucho desconocimiento porque la especie de hurón que nosotros importamos directamente no existe en la naturaleza, fue creada en laboratorio”, afirma.
Y sigue: “Esto tiene que ver con una tendencia muy proteccionista, de intentar quedar bien, pero es muy grave, porque cuando el Estado no permite traer animales de criaderos, lo que surge es el contrabando de animales, que se provee de criaderos irregulares y animales silvestres”.
Una especie que requiere muchos cuidados
Más allá de las trabas para conseguir uno, Pedrosa señala que también existe más conciencia sobre la condición de salud que suelen presentar los hurones. “Es como elegir hoy tener un bulldog francés, con toda la información que tenemos. Sabés que es para tener problemas”, compara Pedrosa, quien también es propietario de Fauna Vet, su propia veterinaria especializada en animales no tradicionales.
“Un problema que encontramos generalmente en los animales que se importaron desde Estados Unidos es la presencia de una suma de patologías, vinculadas a tumores, sobre todo linfomas, que podrían deberse a una cuestión de consanguinidad o a orígenes virales”, establece.
Y en segundo lugar destaca que los animales “llegan con una mala alimentación, basada en alimento balanceado, que tiene alto contenido de hidratos de carbono, cuando los hurones, al ser carnívoros, tienen sus sistemas digestivos preparados para consumir proteínas, lo que produce una patología que se llama insulinoma”, detalla.
Son “delicados”, define Florencia, y cuenta que además hay que estar muy atentos a que no coman algo raro. En su caso, la hurona tuvo que ser sometida a una operación por obstrucción intestinal, tras romper y tragar una parte de una mantita de plush que le habían comprado para su jaula. “Un hurón que atendió mi veterinario en un descuido se comió un pochoclo y con eso solo se le obstruyó el intestino, porque no lo pueden ni expulsar, ni devolver ni absorber”,
“Son geniales, pero tenés que saber que vas a tener mucho cuidado con algunas cosas y que es costoso”, explica. En regla general, hay que considerar dos vacunas al año, pero además hay que tener en cuenta que pueden precisar otros tratamientos. Eso, y todo lo que se necesita para adaptar la casa: lo más caro es poner enrejados en las ventanas, porque “son curiosos, y se pueden tirar”.
De todas formas, Florencia asegura que no volvería a adoptarlos. “Hoy soy conciente de todo lo que sufren cuando son chiquitos para llegar acá”, dice. Es que para ingresar al país, tienen que estar castrados, se les coloca un microchip en la espalda a la altura del cuello para poder identificarlos y también se les quita la glándula odorífera, para que no tengan olor y sea compatible vivir con ellos en ambientes cerrados.
“Son seres maravillosos. Vos interactuás y te das cuenta de lo especiales que son. No podría explicarlo y mirá que tuve un montón de animales y los amé. Ya tomé la decisión de no volver a adoptar uno por lo que sufren, pero cada tanto me meto a Facebook para leer del grupo solo de hurones, donde hay familias que tienen o han tenido, y cada vez que escucho que uno cruzó el arcoíris, como decimos nosotros, me pongo a llorar”.